Desapariciones forzadas durante el franquismo

Desapariciones forzadas durante el franquismo

Las desapariciones forzadas constituyen uno de los capítulos más oscuros de la historia reciente de España. Durante el franquismo, miles de personas fueron detenidas, fusiladas y enterradas en fosas comunes, quedando sus cuerpos ocultos o sin identificar, lo que sumió a sus familias en la incertidumbre y el dolor.

Se estima que unas 114.000 personas desaparecieron durante la dictadura. Esta cifra, procedente de organizaciones de derechos humanos y de informes de la ONU, no representa un registro oficial completo debido a la dificultad de documentar cada caso, la dispersión de los restos, el olvido institucional y la falta de voluntad política.

Además, uno de los aspectos más desgarradores de la represión franquista fue la desaparición forzada de menores. A pesar de que el fenómeno se extendió hasta los años 90, solamente entre 1944 y 1954, Amnistía Internacional estima que más de 30.000 menores fueron separados y separadas de sus madres y entregados al Estado o a terceros.

La represión no se limitó a las desapariciones físicas, sino también a impedir a las familias el derecho al duelo. Durante décadas, personas allegadas carecieron de información sobre lo ocurrido, no pudieron localizar los restos de sus seres queridos ni acceder a la justicia o a una reparación digna.

Con el tiempo, se aprobaron normas para atender esta deuda histórica. La Ley de Memoria Histórica (2007) y la Ley de Memoria Democrática (2022) reconocieron derechos como la búsqueda de desaparecidos, la apertura de fosas, la elaboración de mapas de localización y la creación de bancos de ADN para la identificación de víctimas.

No obstante, su aplicación ha encontrado serios obstáculos. Numerosas investigaciones judiciales se han archivado o cerrado en virtud de la Ley de Amnistía de 1977, la prescripción de delitos o la muerte de los responsables. Ante estas limitaciones, han sido sobre todo las familias y las asociaciones de memoria histórica quienes han impulsado exhumaciones, identificaciones y reivindicaciones públicas, asumiendo un rol que el Estado no tomó de manera decidida.


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